lunes, 1 de marzo de 2010

IMAGENES ROTAS (1)


(Ven a la sombra de esta roca roja)

y te mostraré algo distinto

de tú sombra de la mañana que avanza tras de tí

o de tú sombra del atardecer que se alza a tú encuentro;

te mostraré el miedo en un puñado de polvo.

T.S. Elliot

La tierra baldía


Observa sigiloso la puerta del orfanato y se reitera que es la noche adecuada para escapar. Se asegura que sus botines estén bien amarrados, revisa por quinta vez el atadijo que contiene sus pocos juguetes y ropa y se recuesta en la colchoneta mirando las familiares grietas del techo: lo hará, seguro que tendrá el valor de hacerlo. Y así, arrullado por los suspiros del ventilador, convenciéndose de su propia mentira, cae con lentitud en una maraña de sueños intranquilos. Algo más tarde a la hora acostumbrada, la puerta de su habitación se abre silenciosa al tiempo que unos ojos de tiniebla lo valoran codiciosos, entonces despierta sobresaltado a tiempo de verse cara a cara con la locura; intenta correr pero ... - ¿Esta dormido, o no entiende? ¿Qué trae en esa caja? – le espetó un guardia enorme de bigotes al estilo Pancho Villa, al tiempo que miraba de reojo un hermoso par de piernas que venía atrás en la fila de ingreso al Edificio.

- Correo,… para el Banco del Pacifico – respondió turbado el individuo, saliendo de súbito del laberinto de sus recuerdos.

- ¿Y … -¡uff que piernas!- … en el morral? –, las piernas musitaban dulces promesas con el roce de su falda.

- Solo ropa y…algunos libros.

- Pase, pase -, dijo con desdén el guardia, sin mirarle a la cara (piernas) con aquella soberbia de quienes desempeñan cargos modestos creyéndose más. Afuera comenzaba a llover, nubes grandes y umbrosas devoraban la claridad de la mañana asfixiando la fría capital, presagiándole tiempos difíciles.

Antes de ingresar a una oficina del piso cuarenta besó un cristo que colgaba de su cuello y miró hacia el cielo con fervor religioso. Sus dientes de un blanco casi insano masticaban un objetivo -: ¡Amansaré los corderos para ti, Señor de los mansos! ¡Amansaré los corderos para ti…! Fingiendo despreocupación se dirigió a los ventanales de la oficina. Ahora la lluvia era torrencial, un gris pizarra azotaba incesante los cristales y uno que otro relámpago sacaba chispas de sus ojos acerados... La lluvia golpea rítmica el techo del orfanato, simulando los pasos de alguien que se acerca. Se estremece de terror pensando que son los pasos de ella que viene a castigarlo por haber pecado. Desnudo, acurrucado en un rincón espera con ansiedad la llegada del amanecer. Desde la penumbra un grupo de estatuas lo vigila con sus enormes ojos de cristal; susurrando entre si, moviéndose con sutileza, acercándose poco a poco. No debió haber pecado robando de la cocina, piensa con remordimiento; la madre superiora tiene razón, es un niño pecador y debe pagar la penitencia. Siente que su vejiga va estallar, lleva seis horas encerrado en esa pequeña habitación. La lluvia sigue repicando en el techo de zinc, la noche será larga y ya no aguanta más su orina. Mirando su propio reflejo en los cristales del ventanal se preguntaba porque odiaba tanto la lluvia; era como si envenenara algo de su dignidad y le hiciera sentir asco de su condición humana. Se tocó la entrepierna de los pantalones buscando una humedad inexistente y con rabia escupió las gotas pintadas en la ventana; luego volteo a mirar entre avergonzado y desafiante a un público imaginario. Tomó aire con lentitud y con la cabeza en alto, decoroso, enfiló hacía uno de los escritorios del fondo de la enorme oficina donde una joven de belleza exótica se recortaba sobre una multitud de oficinistas uniformados de cotidianidad. Ella de ojos grandes y profundos le dirigió una mirada radiante; los destellos de su cabellera roja robaban el aliento a la mañana... - ¡Es tan bella Dios mío! - pensó aturdido, - ¡Tan… incitante…! De repente una imagen invadió su conciencia atenazando su cabeza con pinzas al rojo vivo: Paralizándolo. Su inquebrantable decisión inicial comenzó a transformarse en la figura borrosa de alguien muy parecido a él y que vestido con un liguero de mujer acariciaba apasionadamente una estatua de Jesús. - ¡Dios, no en este momento, por favor!, aléjalos de mi mente, aléjalos, aléjalos, aléjalos.

¡PadreNuestroqueestásenloscielos…! -. Una línea de sudor helado descendió reptando sobre las cicatrices de su espalda; los dedos de su mano izquierda empezaron a deslizarse a través de las cuentas de un rosario fantasma.

- ¿Qué se sentirá ser amado por alguien como ella? – musitó quedamente -. ¿Por alguien tan… (¡NO ES MÁZZ QUE UNA ZORRRA, UNA RRAMERA; EL PECADDO HABITA EN ZZU CUERPO!) …- Un rostro surcado por profundas arrugas donde navegan todas las obscenidades del mundo lo tiene agarrado por las solapas de su pequeña camisa y lo zarandea gritándole a la cara.

– ¡ZZucio, zzucio!!!!–. Un rugido con fuerte acento extranjero taladra sus sentidos.

- ¡¿Con que ezpiando a laz niñazzz???!!!–. Pequeños puntos de luz aparecen alrededor de su cuerpo tembloroso.

- Zzucio -, le grita tan cerca -, pecadorrr -, que puede percibir su aliento de ajos en descomposición y vino de consagrar; lo abofetea con delicada sevicia. El solo atina a llorar y a pedirle perdón por haber sido un niño malo.

– La vazz a pagarrr, tienez que hacerr penitennnzia - suspira finalmente a su oído, tomándolo del cabello y llevándolo a rastras-. ¡Pagarr por el pecaddo de la carne!

Los niños del orfanato despiertos a causa del estrépito observan desde sus habitaciones. Sus rostros compungidos reflejan el pavor de la situación.

– No por favor, no lo volveré a hacer, seré bueno. ¡No me lleve allá Madre Superiora! -, grita atragantado por sus propias lágrimas.

Ella lo sube por unas escaleras de caracol a través de la profunda oscuridad que se hace opresiva en esa área de la casona: la zona de castigo. Al fondo de un pasillo herrumbroso una gran puerta de madera susurra su nombre desde las tinieblas, llamándolo al hogar. Antes de perder el conocimiento mira por última vez el rostro de la monja, sus ojos brillan en medio de las sombras. Una vez la puerta se cierra tras de si, zarpazos metódicos lo desnudan con avidez. Los teléfonos fatigaban el silencio con sus pulsaciones; cada repique un latido de su corazón. Finalmente un manto de frialdad cubría su corazón (¡PENITTENZIA!). Comprendía por qué estaba ahí y cumpliría su cometido, tal y como se lo ordenara el ángel la noche anterior. (..¡MÁTALAS, MÁTALAS A TODAS!...). Y que mejor para lavar los pecados que dando ejemplo con esa sucia pecadora - ¡Liberándola! -. Su mano izquierda se dirigió al interior de la chaqueta y encontró con facilidad lo que buscaba. Lo empuñó con fuerza, metal convertido en hielo (¡Y EL SEÑOR LES HABLO CON SU VOZ DE TRUENO, Y LES DIJO, ARREPENTÍOS DE VUESTROS PECADOS! ¡PORQUE HOY COMPARECERÉIS ANTE MÍ!). La expresión de la joven cambió. Un asomo de duda nubló su semblante.

En realidad el día comenzó mal para Natalia Sáenz aun antes de tocar las baldosas con su pie izquierdo. Sueños caníbales la habían perseguido toda la noche amenazando devorarla con nostalgias del pasado. Ella tratando de escapar corría con todas sus fuerzas, cerrando los ojos y apretando los labios, como aquella lejana mañana de las olimpiadas de la escuela donde obtuvo el primer triunfo de su infancia. Pero esta vez el trofeo no era la mirada orgullosa de sus hermanas mayores. Corría por su vida… y mientras corría una frase resonaba insistente en su cabeza. - ¡Las rosas son para las rosas!, ¡Las rosas son para las rosas!, ¡Las rosas son para las rosas!. El sonido abrupto del despertador corto de tajo su pesadilla y le dio paso a la cotidianidad de su mundo real. Bañarse a toda prisa ahogando con el agua fría sus sueños de ser (¿alguien?) cantante. Desayunar - sola - con las sobras de la noche pasadas por el microondas. Correr para no perder el autobús. Sacrificar lo del cine del fin de semana en un taxi saturado de ambientador barato. Y arribar por fin, sonriendo, a la oficina del Consorcio. Todo en un único dolor de cabeza.

Hacia el tercer cuarto de la mañana una palpitación sorda resonaba en sus oídos, su vieja calculadora insistía en desafiar las leyes de las matemáticas y el teléfono la interrogaba sin piedad acerca del estado de algunas cuentas. En aquel instante surgió de la nada; no era un cliente, de eso estaba segura, se le notaba en la vestimenta. Más bien debía de ser una especie de mensajero o tal vez un cobrador. De cualquier manera que podía importarle, fuera el que fuera venía a quitarle valiosos minutos.

- Espere un momento por favor, estoy ocupada -. Le dijo con voz resignada, tratando de mostrarse amable. Sin embargo a pesar de su apariencia intrascendente y nerviosa, algo en él le llamaba la atención; - ya te he visto antes – pensó curiosa. Entonces llevada por un impulso espontáneo y con un dejo de coquetería sostuvo su mirada y lo escudriñó con más atención.

- ¡Sí! ¡Te he visto antes! nunca se me olvida un rostro – pensó triunfante-. ¿Pero donde, donde...? -, trataba de recordar entretanto que metódica castigaba su calculadora -. Dos millones quinientos mil. Veintiséis por ciento de intereses vencido. (¡Las rosas son para las rosas!). Ocho millones cuatrocientos más doscientos cincuenta mil (¡Las rosas son para las rosas!), menos la retención. (¡Las rosas son para las rosas!). Cuatrocientos cuarenta y dos… - ¡Ya sé! ¡Ya sé quien eres! ¿Pero….que haces aquí?-. Susurró sin darse cuenta que él la escuchaba.

Esa fue la única pregunta del día que tuvo respuesta inmediata, pues en ese instante él sacó una pistola enorme y le apuntó con precisión militar. Una sonrisa atravesaba su semblante.

Ella por instinto miró a su compañera del lado y trató de decirle algo (¡Las rosas son…...?!), pero un fuerte ruido (¿la explosión de una lámpara fluorescente?) acalló sus palabras. Al intentar levantarse una profunda debilidad la sembró de nuevo en la silla; el teléfono cayó de sus manos. La explosión la había dejado aturdida; sin embargo aún alcanzaba a escuchar gritos en la lejanía, tal vez en otra oficina. Sus compañeros se movían en desorden, de un lado para otro, papeles volaban por el aire, las luces parpadeaban. El único impertérrito era el mensajero (¿o tal vez cobrador?) -. Entonces lo miró a la cara y pudo ver su angelical sonrisa transformarse en las fauces de un tiburón. Finas espiras de humo azulado salían de su mano. Una leve impresión de calor pegajoso y húmedo resbaló sobre su estómago al tiempo que una rosa perfecta florecía sobre el pecho de su blusa. La línea de meta comenzó a hacerse borrosa en la distancia; las voces de sus hermanas animándola a correr se diluyeron en el trafago de la oficina.

-¡Dios mío, mi blusa nueva se ha arruinado!-, pensó confundida. Luego intentó levantarse una última vez sin darse cuenta que estaba muerta.

El abrió los ojos y la vio más hermosa que nunca. La vida se le escapaba por la boca; chispas de sangre salpicaban sus mejillas realzando su belleza. Se inclinó sobre ella y la besó con amor sincero; aún pudo sentir como un último aliento abandonaba su cuerpo. Un remoto vestigio de perfume llegó directo a su conciencia oculto en una paleta de olores extraños. Una deliciosa fragancia silvestre: mezcla de saúco, eucalipto, sándalo y largos paseos al campo. El cielo es de un azul intenso, festivo; las nubes cuentan cientos de historias fantásticas ante sus ojos. Lleva puesta la camisa blanca que le regalaron para su primera comunión y sus zapatos de brillante charol. Se siente feliz por el hecho de estar vivo. ¡Se siente libre! Atrás ha quedado la pesadilla del día anterior: porque es un niño y el ayer y el mañana no existen para los niños, solo existe el hoy; y hoy lleva los bolsillos llenos de caramelos que le regaló su profesora de matemáticas y cree en los finales felices, en la magia y que ellas las sobrinas de la Madre Superiora que en ese momento juegan con una cometa, lo quieren como el las quiere a ellas, tan hermosas, con sus alegres vestidos de encaje y sus colitas de seda que se mecen al viento. Siempre, siempre las hace sonreír cuando les lleva,... cuando les lleva… Pero esa era otra vida antes de que se convirtiera en lo que era ahora. ¡El Arcángel de la venganza! Con un gesto de asco borró ese recuerdo de su mente. Tenía frío. Despegó sus labios del cadáver y respiró profundo. Esta era la parte más hermosa, y la más dolorosa; la música se extinguía gota a gota, se sentía triste y abandonado. Aunque satisfecho y pleno también.

Una mujer al tratar de escapar había caído al suelo y sollozaba incontrolable mirando un punto indeterminado de las baldosas relucientes. Su laborioso peinado, con el cual pensaba acudir a la cita de su amante lucía estropeado. El se acercó con lentitud, casi con descuido. Sus ojos se encontraron. Ella lanzó un potente alarido a la vez que su cara se congestionaba. Su aullido sonó hueco en la oficina vacía. Todos habían huido. Sintió genuina compasión por ella.

La liberó.

El mensaje ya estaba trasmitido; sin embargo tomó del escritorio una hoja de papel en blanco y escribió con caligrafía rapaz y enigmática. “He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuanto desearía que ya estuviera ardiendo!”. Su firma, GABRIEL.

Volvió a verla a los ojos, tan hermosos que aun conservaban aquella mirada de amor y comprensión que le habían otorgado. – ¡Quisiera conservarla por siempre! – pensó con ternura. Sacó un bisturí de su bolsillo y un pequeño frasco de vidrio con formol. Al acabar su tarea se sintió exultante de nuevo.

Ahora debía escapar.

A lo lejos el inconfundible chillido de una alarma perforaba el silencio. Tomó el morral a su espalda y empezó a desocuparlo con rapidez. Ropa, zapatillas, una peluca y abundante maquillaje. Además un par de gafas polarizadas, femeninas. Cuando hubo terminado, miró su reloj, - ¡perfecto! -. Salió al pasillo central; por las escaleras aún se escuchaba el barullo de la gente. Corriendo. Escapando. De pronto un ruido a su derecha le llamó la atención. Una de las puertas de otra oficina se abrió con violencia.

- ¡Quieto hijuep...!!! – era Pancho Villa apuntándolo con su gran revólver; sus ojos aindiados emanaban agresividad. Su actitud mudó confundida-. ! ! ¿? Lo siento señora, no pensé... – masculló desconcertado.

- No se preocupe, suele suceder... -. Le respondió con voz glacial. Dos fogonazos iluminaron los espejos de sus gafas nuevas. Las cadenas de oro del vigilante se tiñeron de rojo arterial; su cuerpo rodó por el suelo con un sonido amortiguado.

La foto del guardia acostado perezoso en medio de un charco de sangre sería primera página al día siguiente; la muerte de Natalia Sáenz a muy pocos habría importado en un país acostumbrado a la violencia y no hubiera pasado de ocupar una breve reseña en la ultima pagina de la sección judicial, pero el asesinato de la mujer que estaba a su lado, un hecho fortuito y casual desataría una cadena de eventos que harían tambalear a un gobierno en época de elecciones y mancharían de sangre los cimientos de la sociedad capitalina.

Ingresó a las escaleras; el sonido de sus tacones resonaba hueco contra las paredes. Sacó de la cartera una foto desgastada por el uso; en ella se observaban cuatro hermosas mujeres paradas una junto a otra, sonriendo al atardecer; su cabello formaba parte del sol que se ocultaba en las colinas. Siempre, siempre las hace sonreír cuando les lleva, cuando les lleva, rosas y les dice “las rosas son para las rosas”, y tú en especial Natalia, tú. Tomó un esfero y tachó con furia los ojos de la primera. Aún quedaban tres. Estas ya no serían tan fáciles. Pero él era paciente, metódico. Y no eran ellas las que le importaban en realidad. - ¡Era Ella!-. La anciana sentada en una silla de ruedas en el centro de la fotografía. Aunque los años habían suavizado sus rasgos, convirtiéndola en una viejecita benévola, aún podía observar sus grandes manos de hombre. Sabía que nunca podría matarla (porque la amaba); por lo tanto tendría que hacerlo a través de sus adoradas sobrinas. Presa del júbilo apresuró el paso hasta alcanzar un numeroso grupo de personas que bajaban afanosas las escaleras. Ahora mascullaba con alegría un estribillo de la canción de moda en la radio; al salir del edificio aun se permitió silbar un poco. Debía darse prisa si quería llegar a tiempo para ofrecer la liturgia de la tarde a su numerosa feligresía. Además, tenía el turno en el confesionario y excelentes ideas para ejecutar las penitencias.

1 comentario:

  1. Hola César: Me gustó el juego que hiciste con los períodos temporales; al principio confunde un poco, pero rápidamente se deduce la intención y funciona muy bien el entretejido de pasado y presente. Además, el ambiguo punto de vista del narrador me recordó la obra de Jim Thompson, al igual que el ingenioso método del protagonista. Felicidades por otro interesante cuento y mucha suerte!

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