miércoles, 24 de febrero de 2010

DE LOS FAVORES DE LOS DIOSES

Y así hermanos míos ... de un momento a otro, mientras corría por el árido desierto, el suelo me devoró al interior de su matriz ancestral.


Desorientado, presa del pánico, comencé a bracear en medio de un mundo desconocido y asfixiante, palpando sus obscurecidas entrañas. Ahogándome en una tiniebla que se filtraba por mis poros con voracidad depredadora.


Al poco tiempo de arrastrarme por aquel lugar de incertidumbre, las paredes se iluminaron de manera paulatina con una fulgor opaco y mortecino; palpitante. A la par una melodía reptilíca comenzó a deslizarse en mi cabeza mientras los muros se bañaban de imágenes extrañas contando historias de un mundo inquietante. Trate de no mirarlas, sabía que pertenecían a un lugar de Dioses (o Demonios) en el cual un simple mortal no tenía cabida. El solo verlas podía costarme la vida, o peor, condenarme a vagar eternamente por los pasillos de ese inframundo. Así que agache la cabeza con humildad y aligeré el paso concentrándome en la manera de encontrar una salida de aquel paraje misterioso.

Metros adelante encontré los primeros cadáveres. Se encontraban repartidos por los pasillos; secos y de alguna manera conservados en el tiempo. Sus ropajes eran como una segunda piel y se desasían al menor roce de mis manos dejando al descubierto figuras estilizadas y hermosas. Eran cientos de ellos, incorruptos por el hambre o la enfermedad. En sus rostros aun se observaban las muecas de angustia en medio de las cuales la muerte los había reclamado. Algunos abrazándose entre si consolándose ante un destino implacable. Otros arrastrándose o arañando las paredes. Buscando un refugio para su agonía.


Dedos dentro de las cuencas de los ojos arrancándose una visión que rayaba la locura.


Debo confesar que ninguno de ellos me inspiró la menor compasión. Suficiente crueldad y muerte había contemplado ya a lo largo de mis días. Para mi estas imágenes macabras eran cotidianas en un mundo que se devoraba a sí mismo. Un lugar donde los padres criaban a sus hijos para luego sacrificarlos y consumirlos con avidez; donde los hombres se arrastraban sobre el árido suelo peleando la carne del compañero recién caído. Donde la consigna era sobrevivir un día más a cualquier precio. Nada por lo que sentir o abrigar esperanza. Una manada de lobos que caminaba con orgullo hacia su propia extinción.


De tal suerte que proseguí buscando una salida sin arriesgarme ni por un momento a caer en la trampa de la misericordia o la curiosidad, mientras aquella tonada sibilante que

retumbaba en las paredes hacia un eco espectral en mi cabeza. Guiándome irremediable hacia mi destino.

Caminé por días a través de pasajes laberínticos, sorteando cadáveres y ruinas, en ocasiones corriendo frenético, en otras arrastrándome por infinitas puertas que no daban a ningún lugar; agotando lo poco que me quedaba de cordura. Sabiendo que a cada paso que daba sin encontrar la salida me acercaba más al fin de mis días.


De esta manera en medio de la zozobra y guiado por una mano misteriosa llegué a las puertas de un gran salón cuyo interior amaneció ante mí como el más luminoso de todos los días. Decenas de objetos maravillosos saltaron a mi vista. ¡Encontré el paraíso! pensé con alegría desbordada olvidando el cansancio de mi cuerpo fatigado.


Tal vez podría encontrar algo de utilidad para sobrevivir. (O para conquistar).


Después de explorar al detalle el magnífico salón caí en cuenta que aquella multitud de objetos de formas maravillosas que llenaban el aposento no tenían utilidad alguna para mi (si es que alguna vez la habían tenido para sus propietarios), solo eran brillantes artefactos dejados atrás por una raza extinta, tal vez conmemorando glorias pasadas. Por lo tanto lo único que terminé recogiendo fue una pequeña vara de metal que reposaba en una especie de altar en medio de la estancia (el metal era una rareza en mi mundo) y algunos pergaminos que lucían extrañas figuras de artilugios desconocidos. Podrían servirme para construir un arma o una herramienta (pensé). Una vez estuve seguro que no me quedaba nada por revisar me dispuse a reanudar la marcha. De repente una potente voz en una lengua ajena irrumpió en mi cabeza con la fuerza de un relámpago. Las luces se esfumaron y el salón se convirtió en noche profunda tachonada de estrellas: a lo lejos grandes soles giraban con lentitud, estrellas fugases atravesaban el firmamento y lunas enteras pasaban a mi lado a velocidades increíbles.


Y fue así como aquellos dioses me invitaron a conocer su mundo.


Era un mundo lejano donde se aglomeraban como hormigas en gigantescas junglas de metal y barro; un mundo donde se tenían todas las oportunidades y recursos. Abundaba el agua y la comida y había toda clase de aparatos maravillosos que facilitaban la existencia. Sin embargo aquellos seres bendecidos se mataban unos a otros por causas diferentes al hambre; era un mundo donde reinaban la abundancia, el vicio y el derroche y donde una religión llamada “science” allanaba los límites del conocimiento hasta buscar la propia destrucción.


No sé en qué momento llevado por la emoción (o el terror) caí desmayado. Pero la inconsciencia fue una bendición.


Horas más tarde desperté acostado sobre el suelo. Los ojos húmedos y el corazón lastimado por un sentimiento de franca compasión hacia estos seres magníficos que debieron morir para entender el valor de la vida. Desorientado miré a mi alrededor solo para darme cuenta que me encontraba de nuevo en el salón. Entonces presa de una extraña certeza tomé mi equipaje y apretándolo contra mi pecho eché a correr casi a ciegas, mientras que el Templo (o lo que fuera donde había estado) me expulsaba de su vientre. De esa forma partí de aquel lugar perverso y así me recibió el desierto, con su difuso abrazo de fuego.

Pasado un largo tiempo cuando el sol comenzó a perder su apogeo tuve el valor de parar mi carrera y mirar atrás. Como lo esperaba lo único que observé fueron piedras y matorrales resecos. Sintiéndome más tranquilo respiré profundo y traté de orientarme con la posición de las Montañas; así me vine a dar cuenta que desde un principio me había acercado al Mar de Cristal. Busqué una duna con la altura suficiente y miré al horizonte. Allí estaban, cientos, tal vez miles de leguas donde la arena del Desierto se convertía de súbito en pedregoso cristal. Y algo más allá, donde mis ojos solo alcanzaban a percibir un extraño fulgor: Las Ruinas Prohibidas, brillantes aun en medio de la noche más oscura, operando horribles cambios en todo ser vivo que se les aproximara. Empuñe la daga sin darme cuenta, con aprensión, mientras viejas preguntas, cómplices de todas mis travesías, llegaban de nuevo a mi mente,


¿Tendría el valor de quitarme la vida llegado el momento? ¿Pero cómo saber cuándo dejar de luchar y entregarse, después de toda una vida de ir contra las posibilidades y sobrevivir?


La mayoría de la gente de mi tribu se había quitado la vida a lo largo de los años. Unos por hambre o por sed, otros por enfermedad. Algunos antes de ser devorados por aquellos inmundos seres que alguna vez fueron de nuestra raza pero sucumbieron al asesinato y la locura. Pero la mayoría lo hacía por simple desesperanza.


¿Por qué vivir en un mundo rodeado de terror donde cualquier sentimiento diferente a la angustia había dejado de existir?


Pero este no era mi caso. Yo siempre intuí que algo iba a cambiar. A diferencia de todos los demás yo esperaba el mañana con esperanza. Esperaba por una oportunidad. Un milagro. Y sabía que este ocurriría. Estaba en mi sangre. Me lo susurraba el viento mientras dormía.


Cuando el atardecer agonizaba en el horizonte tomé la decisión de descansar. Lo necesitaba. La noche comenzaba a abrirse sobre el Desierto, el calor descendía pero el bochorno aun era insoportable. Me recosté a la sombra de un viejo árbol reseco y comencé a examinar el artefacto de metal que había tomado del templo. A pesar de estar construido con una mezcla de fino metal y algo de cristal puro, pesaba como una pluma. Sobre su costado unos extraños grabados escritos en lenguajes prohibidos trataban de decirme algo con desesperación. Estaba intentando descifrar su enigma cuando un rayo de luz brillante como el sol iluminó su cabeza de cristal creando el día a mí alrededor. Mudo de sorpresa caí de rodillas y comencé a orar a estos dioses caídos para que me mostraran su poder.


Y al día siguiente ellos respondieron.


Un relámpago furtivo rasgó el amanecer rojizo y fue a caer sobre un grupo de árboles muertos los cuales le respondieron estallando en llamas. ¡Una gota de agua cayó sobre mi rostro, en seguida otra y otra más! Luego el cielo se desgajó sobre mí en forma de lluvia torrencial. Mis ojos, esos ojos viajeros que han visto cosas que nadie podrá contemplar jamás, comenzaron por primera vez a ver la luz de la verdad. Después de tantos años de la última lluvia, sus gotas no quemaban ya, ni olían a podredumbre; eran diáfanas y refrescantes. Absorto en la contemplación de esta nueva faceta de mi mundo descubrí como la vida aun se abría paso desde las profundidades de este desierto que era la muerte encarnada. Pequeños insectos reptaban por las rocas, una que otra ave taciturna surcaba el firmamento. Matorrales que aún conservaban algo de verde en sus cogollos se aferraban a la vida con esperanza. Entonces me quité los jirones de cuero que me cubrían y dejé que la lluvia bañara mi cuerpo desnudo; y mi alma se inflamó de amor por la lluvia. Me arrodillé y tomé un puñado de arena entre las manos: arena que hacía un segundo era señal de muerte y ahora era portadora de nueva vida; la tomé entre mis manos y la besé, luego me vestí y miré el cetro. Aun seguía cortando el día con su poder. Estaba caliente. Los signos que lo rodeaban brillaban con un resplandor extraño, alegre.


Me paré de cara a la llanura infinita, di gracias a los dioses por escogerme como su iluminado y salí corriendo hacia mi aldea lo más rápido que pude. Ahora entendía cual era el camino que había de tomar…


Y esa fue la forma como los Dioses decidieron darme la oportunidad de ser su mensajero en nuestro Nuevo Reino. El resto ya es conocido por todos ustedes, hermanos. Poco a poco desciframos los secretos de los pergaminos y así hemos construido a través de los años herramientas que nos han traído seguridad y prosperidad. Así mismo hemos divulgado la palabra de los Dioses y sus maravillosos designios a toda tribu que hemos conquistado. No puedo negar que nuestro camino ha sido difícil, marcado por la guerra, el sacrificio y la sangre. Lo digo mientras miro con tristeza los cadáveres crucificados de esa familia incrédula que se negó a honrar la memoria de nuestros Dioses. (Y a pagar su debido tributo). Pero créanme hermanos que así lo exige la ley celestial y ella y sus misterios no nos ha sido dado entender o cuestionar. Solo cumplir con obediencia. De esta manera hemos sobrevivido, nos hemos expandido y hemos llevado la fe a todos aquellos que vivían en la impiedad. Este es y siempre será el precio de vivir en el mundo que los Dioses eligieron para nosotros.


Y henos aquí, hijos y hermanos; muchos años después del día profético, reunidos en torno al Cetro, que desde aquel tiempo no ha dejado de protegernos del mal.


¡Este es un momento trascendental de la historia del Nuevo Clan! Me siento honrado de poder contarles que ayer, después de años de búsqueda infructuosa, he vuelto a encontrar el templo abandonado, y les digo hermanos que anoche los Dioses mismos aparecieron ante mí en un sueño y me prometieron que en su interior encontraremos lo necesario para vencer en definitiva a los infieles y conquistar la tierra con todas sus bendiciones. Y así una nueva época de prosperidad sobrevendrá a toda nuestra descendencia y viviremos por fin como hermanos. En paz.


Por último y antes de que los Hermanos Mayores y Yo nos encaminemos al encuentro del templo, que permanecerá en secreto por el bien de nuestro Clan, quiero que conozcan las palabras mágicas que custodian las puertas de ese lugar sagrado. Estas, junto con las que tiene el Cetro en su costado, escritas en el lenguaje secreto de los Dioses, deberán ser aprendidas generación tras generación y ser adoradas con el debido respeto, pues a ellas les debemos la suerte de la luz que hoy se abre ante nuestros ojos y el que vivamos en el Paraíso de la verdad.


Las misteriosas y sagradas palabras que custodian la entrada del templo son…

MUSEUM AND PLANETARIUM OBSERVATORY
. Y recuerden, las del Cetro luminoso de los Dioses son
...
LANTERN PHILIPS. Made in Taiwan.


- ¡SALVEN LOS DIOSES, ALABADOS SEAN!-.


Luego el anciano se volteó y mientras sus seguidores musitaban aquellas palabras hincados ante el cetro, le susurró a su hijo predilecto: - Ven que tengo que contarte lo que no dije hoy acerca de este templo y de los libros y artefactos que he venido descifrando en secreto a lo largo de todos estos años. Y mirándolo maliciosamente, con un dejo de picardía en sus ojos arrugados por el salitre le dijo. - Empecemos con este -, de los pliegues de su bata sacó un aparato negro y algo brillante al cual asía fácilmente por su mango -. Los antiguos le llamaban GUN y ha sido bastante más efectiva para mantener la fe que las bendiciones de los dioses.


1 comentario:

  1. Hola César! Felicidades por otro cuento repleto de intensas imágenes y rica prosa. En muchos aspectos me recordó los febriles monólogos de Poe y Lovecraft, cuyos personajes frecuentemente debían expresar similares sentimientos en sus encuentros con mundos de pesadilla. Claro que esta vez la pesadilla parece profética. Un abrazo y gracias de nuevo por invitarme!

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